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A 75 años de los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki

Fueron dos bombas atómicas que cambiaron la historia y aún avergüenzan a la humanidad. Cómo se planeó y se decidió el ataque

El 6 de agosto de 1945, el comandante Paul Tibbets montó a bordo del Enola Gay, un bombardero Boeing B-29 Superfortress de las Fuerzas Áreas del Ejército de Estados Unidos que portaba en sus entrañas a Little Boy, la primera bomba atómica utilizada contra la población civil, que fue detonada a las 08:15 de la mañana. El avión llevaba el nombre de soltera de su madre, Enola Gay Haggard Tibbets. Más de 140.000 japoneses perderían su vida, y otros tantos arrastrarían secuelas durante toda su vida.

Nube de hongo producto de las bombas atómicas sobre Hiroshima (izquierda) y Nagasaki (derecha).

Gracias a las cintas recuperadas en 2018 sabemos lo que experimentaron los pilotos del Enola Gay: “Vi el resplandor. Y lo saboreé. Sí, se podía saborear. Sabía a plomo”, explica en una de las grabaciones, que se creían perdidas para siempre. “Era por el empaste de mis dientes. O sea, que así es la radiación. Sentí ese sabor a plomo en mi boca y fue un gran alivio: supe que había explotado”. Durante 40 años, se pensó que las grabaciones se habían perdido para siempre. Sin embargo, el pasado año se encontraron entre las posesiones de un japonés anónimo, y fueron donadas por su familia al Museo Memorial de la Paz de Hiroshima.

“Imagínate estar dentro de un edificio de latón y que alguien te golpease con un martillo, así era el efecto de sonido”,

EXPLICABA TIBBETS

El origen de la bomba

Se le atribuye a una carta enviada por Albert Einstein a Franklin D. Roosevelt en agosto de 1939. Hablaba de una nueva bomba, extremadamente poderosa, desconocida. La capacidad de destrucción de esa bomba era inimaginable. En manos de Adolf Hitler podía ser muy peligrosa.

Roosevelt, tras leer la carta, puso en marcha el Proyecto Manhattan, con seis mil dólares de capital inicial. La clave estaba en la fisión nuclear. Los científicos estadounidenses tardaron dos años en convencerse de la posibilidad de crear un arma atómica. Comunicado el dictamen al presidente Roosevelt, éste le asignó al proyecto un presupuesto considerable.

Era el 6 de diciembre de 1941. Al día siguiente, Japón bombardeaba Pearl Harbor.

Réplica de la Little Boy construida en la posguerra.

Se reclutaron científicos y técnicos de todo el mundo. Varios premios Nobel integraban la lista. En la dirección científica del Proyecto Manhattan fue nombrado Robert Oppenheimer. El 2 de diciembre de 1942, el italiano Enrico Fermi dividió un átomo de uranio y liberó neutrones, los cuales, a su vez, pueden dividirse en más átomos de uranio: la reacción en cadena. Ese fue el primer gran logro. De ahí en adelante, los científicos fueron resolviendo los diversos problemas que presentaba la creación de la bomba.

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El presupuesto se incrementaba. Todos los recursos para crear la “súper-bomba”. En Los Alamos fundaron una ciudad en miniatura para los 6 mil científicos y técnicos (y sus familias) que trabajaban en el proyecto. El principal motivo de la elección del lugar era claro: la seguridad. La lejanía de Los Alamos de otras poblaciones impedía filtraciones de la información y si existía algún accidente nuclear nadie más se vería afectado. El dinero recayó con constancia en las arcas del Proyecto Manhattan. A comienzos de 1945, Roosevelt ya llevaba gastados 2 mil millones de dólares en su arma secreta.

Pero la carrera de la bomba atómica no era sólo científica. Alemania tambaleaba en Europa, para cuando en 1944 los servicios de inteligencia norteamericanos tuvieron la certeza que los físicos de Hitler no estaban construyendo la bomba atómica. La información se filtró en Los Alamos. Las discusiones entre los físicos versaban sobre si debían continuar con el proyecto o no, dada la nueva situación. El poder político desoyó estas objeciones y ordenó seguir adelante.

La comandancia militar constituyó el cuerpo 509, al mando de Paul Tibbets, quien reclutó a los mejores hombres de las fuerzas armadas norteamericanas para su nueva unidad. Ellos iban a ser los encargados de arrojar la bomba atómica.

La tripulación del Enola Gay, antes de partir | (Cordon Press).

La primer prueba se hizo en Alamogordo, Nueva México. Robert Oppenheimer, otros científicos y mandos militares se ubicaron a 9 kilómetros del lugar en el que la bomba haría impacto. La explosión los sobrecogió. Por unos segundos quedaron cegados. El estruendo fue aterrador.

Oppenheimer comenzó a hablar en voz alta. Los demás tardaron unos segundos en entender lo que decía. Estaba recitando un fragmento del libro sagrado de los hindúes, el Bhagavad-Gita: “El Todopoderoso abrió las puertas del cielo y la luz de mil soles cantó a coro:/ Yo soy la Muerte,/ el fin de todos los tiempos“. Esas líneas, que algunos dicen que en realidad fueron recordadas por Oppenheimer muchos años después del lanzamiento de la bomba atómica, encierran el dilema ético con el que convivió el científico a lo largo de su vida.

Albert Einstein escribió otra carta al presidente de Estados Unidos, 6 años después de la primera: “Toda posible ventaja militar que Estados Unidos pudiese conseguir con las armas nucleares quedará totalmente oscurecida por las pérdidas psicológicas y políticas, así como por los daños causados al prestigio del país. Podría incluso provocar una carrera armamentística mundial”, pero a esta carta no le hicieron caso.

Fuentes: El Confidencial | Infobae.

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