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“El Loco del Martillo”, el serial que quedó en la historia criminal

Se llamaba Aníbal Raúl González Igonet. Los ataques ocurrieron en el verano de 1963. Murió en libertad

Crédito: Diario Hoy.

Alto y delgado. Así lo describían los testigos que decían verlo por todos lados con un martillo en la mano, esperando el momento para ingresar en la casa de una solitaria mujer y matarla a golpes. Fueron sólo tres meses, pero los suficientes como para generar una verdadera psicosis en la población. Fueron tiempos de locura colectiva que desembocaron en situaciones insospechadas, como varios intentos de linchamientos de desprevenidos hombres que nada tenían que ver con “El Loco del Martillo”.

Fue en el verano de 1963. Muchas familias veraneaban en Mar del Plata, ajenas a lo que ocurría en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, pero especialmente en La Matanza, donde aparecía y desaparecía como un fantasma el misterioso hombre con un martillo en la mano.

Se trataba, en definitiva, de un muy particular asesino serial. No tenía la inteligencia ni la preparación de otros psicópatas perversos que hicieron historia por sus sofisticados ataques.

Por suerte no fue muy astuto. Aníbal Raúl González Igonet, un changarín del Mercado Central que había pasado 5 años en la cárcel de Rawson por robos menores, había contado a un ocasional compañero de borrachera cómo había hecho para conseguir los pesos que había destinado para comprar un par de damajuanas de vino. Ese fue el dato que llegó a los oídos de un comisario de entonces. El 30 de marzo de 1963, una comisión integrada por policías federales y bonaerenses lo capturó en su casa de Lomas del Mirador. Oficialmente se informó que lo habían detenido al verlo en actitud sospechosa. En su poder tenía una vieja sevillana, vestía un pantalón que le quedaba grande, que había sido robado. Al lado de su vivienda precaria, en un baldío, hallaron el martillo.

González era el más chico de siete varones y además tenía cuatro hermanas. Su padre había quedado hemipléjico cuando él era aún un nene, por lo que su madre, que no lo podía alimentar, lo entregó a un instituto de menores o “reformatorio”, como le decían por entonces.

En mayo de 1957, con veinte años recién cumplidos, fue enviado a la cárcel de Rawson acusado de distintos robos, hasta el 15 de diciembre de 1962. Regresó a Lomas del Mirador. Tenía 25 años. Por esos días consiguió algunas changas en el Mercado Central.

Emilia Ortiz se llamaba su primera víctima y vivió para contarlo. El 14 de enero del ’63, la mujer dormía en su casa cuando fue atacada a golpes. Sufrió severos hematomas en el rostro. Se desvaneció al recibir martillazos y, al despertar, se dio cuenta de que además le habían robado unos pocos pesos y algunas prendas de vestir. No mucho.

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Los diarios de la época habían comenzado a informar sobre extraños y violentos robos a mujeres solas. Fueron nueve en total, en los que las víctimas sobrevivieron. Un robo tras otro. Y todos con una particularidad: habían sido atacadas a martillazos.

El 8 de marzo, “El Loco del Martillo” se volvió más violento. Entró a una casa de Lomas del Mirador, donde descansaba una italiana que se llamaba Rosa de Grosso. Esa vez hubo resistencia y el robo se convirtió en homicidio. La mujer recibió una descarga furiosa de golpes que le destrozó el cráneo. En ese momento, González Igonet sintió algo distinto, que lo transformó en una máquina de matar.

Crédito: Diario Hoy.

El día 22 de marzo mató a Virginia González y al otro día hizo lo mismo con Nelly Fernández. Por esos días, los diarios de la tarde publicaban con lujo de detalles los ataques de “El Loco del Martillo” y el temor en la población llegó a niveles demenciales: había recorridas de vigilancia realizadas por los vecinos y se registraron intentos de linchamientos de personas que, falsamente, eran señaladas como el asesino serial.

Cuando finalmente fue capturado, González Igonet confesó todo. Y declaró que no había querido matar, que lo que buscaba era un poco de plata. “Elegí a mujeres porque eran las que menos peligro presentaban. No odio a las mujeres, no quise matar a ninguna y les pegué porque tenía miedo de que gritaran”, fue su confesión.

El entonces juez Pedro Heguy lo condenó a reclusión perpetua más accesoria legal por tiempo indeterminado. Los psiquiatras forenses lo consideraron un psicópata perverso y lo calificaron como asesino serial, que mataba por el placer que le provocaba matar, más allá de los robos que había cometido. González Igonet fue llevado a la Unidad Penal de Sierra Chica, donde pasó cuatro décadas, y luego fue derivado a un penal para personas mayores en la localidad de Gorina, en La Plata.

En marzo de 2006, 43 años después del encierro, fueron dos mujeres las que le dieron una nueva oportunidad. La jueza de Ejecución Penal de La Plata Claudia Marengo dispuso la libertad. Ya muy enfermo, se fue a vivir con su hermana Elsa, en González Catán, donde falleció un año después y luego de confesarles a sus familiares que “en la cárcel estaba mejor”.

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