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jueves, marzo 28, 2024
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El Petiso Orejudo, el asesino serial que se hizo leyenda del mal

Fue el homicida más famoso del país. Lo detuvieron cuando apenas tenía 15 años. Fue sometido a una cirugía estética para acomodarle las orejas porque creían que allí residía su maldad

Cayetano Santos Godino de haber nacido en esta época y no a finales del siglo XIX otro hubiese sido su final. “El Petiso Orejudo”, con 15 años, hoy sería enviado a un instituto de menores y, cierto tiempo después, entregado nuevamente a sus padres o bien alojado en un hospital psiquiátrico. Sería un menor inimputable, tal como lo establece la ley actual.

Al ser detenido allá por el año 1912, ser un menor de edad sólo lo salvó de ser condenado a muerte, aunque recibió una pena de “penitenciaría perpetua”, al ser considerado “irredimible”. Estuvo alojado en el Hospicio de las Mercedes y en la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras, hasta que fue recluido en la Cárcel del Fin del Mundo, en Ushuaia, donde falleció en 1944. Fue en ese penal en el que fue sometido a una de las primeras cirugías estéticas del país, cuando un equipo médico enviado y financiado por el gobierno le “acomodó” las orejas enormes y aladas porque sospechaban, por aquellos años, que ése era uno de los motivos que le provocaba su maldad.

La familia numerosa

Fiore Godino y Lucía Ruffo eran calabreses y llegaron a la Argentina en 1884, con la primera gran inmigración italiana. En Europa tuvieron dos hijos, Cayetano y Josefa, aunque el mayor falleció. En Buenos Aires tuvieron otros nueve niños y al menor le pusieron el nombre del fallecido, Cayetano Santos Godino. Por entonces vivían en un conventillo de Deán Funes 1158.

Fiore era empleado municipal, se encargaba de encender los faroles que alumbraban la Buenos Aires de entonces. Era alcohólico, violento y padecía sífilis. Regresaba de noche al conventillo y sometía a su mujer y sus hijos a brutales palizas. En 1906 se presentó en una comisaría para denunciar a su propio hijo Cayetano, y pedirle a los policías que se hicieran cargo del chico de 9 años, porque atacaba a cuanto vecino pasaba cerca, los insultaba y arrojaba piedras y, además, había matado a los canarios de su vivienda, dejando los restos en una caja, al lado de su cama.

Cayetano era muy pequeño (cuando fue finalmente detenido por los crímenes apenas medía 1,51 metros), vagaba casi todo el día por la calle y era analfabeto.

Siendo un niño, El Petiso Orejudo atacó a varios nenes de no más de 3 años. Y él confesaría, cuando fue finalmente encarcelado, que con apenas diez años, había matado a una nena que se llamaba María Rosa, a quien enterró en un baldío de la calle Río de Janeiro, aunque ese primer crimen nunca se pudo probar, debido a que los padres regresaron a Europa y el cuerpo jamás fue encontrado.

Esas primeras agresiones e intentos de homicidios, entre ellas las de los nenes Severino González Caló y Julio Botte, lo llevaron a que en el año 1908, fuese enviado al Reformatorio de Marcos Paz, donde pasó tres años. Estuvo en ese lugar hasta finales del año 1911, cuando regresó a su casa, donde sus padres lo esperaban con un trabajo, que le duró apenas tres meses.

Pero fue en 1912 cuando inició una carrera de muerte y horror que conmovería a Buenos Aires, cuando tenía 15 años. El primer hecho, en enero, fue prender fuego una bodega que funcionaba en la avenida Corrientes. Cuando llegaron los bomberos, Cayetano se dedicó a ayudar para apagar las llamas. “Me gusta ver trabajar a los bomberos”, diría casi un año más tarde cuando confesó sus crímenes.

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El 25 de enero de 1912, encontraron en una casa vacía de la calle Pavón al niño Arturo Laurora, a quien habían golpeado y estrangulado. Su cuerpo estaba semidesnudo. Y en marzo de ese año, se produjo uno de los crímenes más atroces de aquellos años: la nena Reina Bonita Vainicoff, de 5 años, estaba en la vereda de un comercio de la avenida Entre Ríos al 500 cuando, sorpresivamente, su vestido se prendió fuego. Alguien le había acercado un fósforo.

Reina Bonita gritaba desesperada mientras las llamas la envolvían. Su abuelo cruzó corriendo la calle para ayudarla y fue atropellado por un tranvía. El hombre murió en el acto y la nena dos semanas después.

En los meses siguientes ocurrirían otros incendios intencionales en esa zona de la capital federal. Y al menos dos ataques más a nenes. Una víctima, que se salvó por milagro al ser rescatada por un policía fue Carmen Ghittoni, de 3 años, y el asesino logró escapar con lo justo. Otro fue Roberto Carmelo Russo, de 2 años, quien fue visto por un vigilante cuando estaba atado con un piolín en un baldío. Con el nene se encontraba Cayetano Santos Godino, quien dijo que lo había hallado y lo estaba desatando.

En diciembre de 1912 hacía mucho calor en Buenos Aires. Jesualdo Giordano, de 3 años, jugaba en la puerta de su casa de la calle Pedro Echagüe (que por entonces se llamaba Progreso) entre Jujuy y Catamarca. Desapareció misteriosamente, aunque después se sabría que El Petiso Orejudo se lo había llevado de la mano, diciéndole que le iba a comprar caramelos. El nene fue encontrado en un terreno, estrangulado con un piolín y le habían introducido un clavo en la sien. También había sido abusado sexualmente.

Cayetano, incluso, fue al velorio y le tocó la cabeza al nene, según él mismo contaría poco después. También compró un diario, al ver la imagen del descampado en donde había asesinado al chico. Recortó la noticia y la guardó en su casa, en un conventillo de Urquiza 1970. Allí lo iría a buscar la Policía el 5 de diciembre, ya que lo habían visto llevándose al nene.

La confesión

El Petiso Orejudo confesó cada uno de sus crímenes, incluso algunos que no se pudieron probar. Nunca más volvió a salir en libertad. En la cárcel de Ushuaia donde por años ocupó la celda 90, pidió la libertad en el año 1936, aunque se la rechazaron por “irrecuperable”. El informe médico indicaba que “es un imbécil o un degenerado hereditario, perverso instintivo, extremadamente peligroso para quienes lo rodean”.

Cayetano Santos Godino murió el 15 de noviembre de 1944 en la Cárcel del Fin del Mundo por una hemorragia interna provocada por un proceso ulceroso, aunque se supo que había recibido varias palizas de otros internos, debido a que era odiado por la población del penal por haber matado a las mascotas del lugar, dos inofensivos gatitos.

Cuenta la historia popular que cuando en 1947, la cárcel de Ushuaia fue cerrada definitivamente, fueron a remover el cementerio del penal y los huesos de “El Petiso Orejudo” ya no estaban.

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