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miércoles, abril 17, 2024
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“Tata Dios”, la mayor masacre ritual de la historia argentina

Fue en Tandil. El 31 de diciembre de 1871 mataron a 36 inocentes en una cacería que hizo un grupo de gauchos al grito de "¡Viva la religión, mueran los gringos y masones!". El líder espiritual era un curandero

Gerónimo de Solané era un gaucho entrerriano que había pasado por Santa Fe, Rosario y otros pueblos ganándose la vida como curandero, además de predicar asegurando que era una especie de “enviado de Dios”. Lo habían echado de varios pueblos y había estado preso por practicar la brujería y la medicina ilegal. Sus seguidores le decían “Tata Dios” o “Médico de Dios“.

El curandero Solané fue, en definitiva, el responsable de una masacre ritual que, hasta el día de hoy, sigue conmoviendo y resulta inexplicable. Tata Dios estuvo preso, ya radicado en la provincia de Buenos Aires, en el poblado de Azul. Pero fue un respetado estanciero de Tandil, quien lo llevó a sus tierras para que “sanara” a su esposa que sufría permanentes dolores de cabeza.

Ramón Rufo Gómez, agradecido por la ayuda del gaucho brujo, le permitió que se asentara en un puesto de su estancia La Argentina, cerca de Tandil. Allí, en una ranchada que oficiaba de improvisado consultorio de campaña, atendía a sus creyentes y les inculcaba el odio a los inmigrantes que se afincaban en las poblaciones del interior, quienes, a fuerza de trabajo, iban creciendo en la sociedad argentina de finales del siglo XIX. La prédica, que alimentaba la xenofobia, calaba hondo en el paisanaje que se juntaba a escucharlo los fines de semana en una zona conocida como los campos de Peñalba.

Estragos por la fiebre amarilla

El año 1871 no había sido uno más para aquella Argentina aún en formación. La fiebre amarilla causaba estragos especialmente en las grandes poblaciones. En Buenos Aires, los muertos se contaban por centenares. La culpa de todo, para los seguidos de Tata Dios, la tenían los inmigrantes, fundamentalmente los de origen europeo.

Juan Adolfo Figueroa se llamaba el Juez de Paz de Tandil que, en noviembre de ese año, escuchó la queja de vecinos, preocupados por las reuniones que se realizaban en la Estancia La Argentina, donde corría el vino y, según sospechaban, algo malo se tramaba. La mano derecha de Tata Dios era Jacinto Pérez, alias El Adivino, a quien lo consideraban la reencarnación de San Francisco.

Pérez, en la noche del 31 de diciembre de 1871 juntó a una treintena de seguidores, con los que partió hacia el pueblo al grito de ¡Viva la religión, mueran los gringos y masones! Solané permaneció en su rancho de La Argentina.

Aún de noche, los gauchos a caballo entraron en una silenciosa Tandil, que por entonces tenía unos 5.000 habitantes. Fueron directo al juzgado de Paz, donde robaron los sables y las lanzas que se guardaban en el lugar. A las 4 de la madrugada, los guardias todavía dormían después de la parranda de Fin de Año. El único preso, un indio llamado Nicolás, fue liberado por los seguidos de Tata Dios.

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El primer ataque ocurrió en la plaza. Allí un joven italiano llamado Santiago Imberti arrastraba un organillo cuando fue literalmente degollado por los gauchos que gritaban “viva la religión, maten a los gringos”. A partir de ese momento, se desató la mayor matanza ritual que haya ocurrido jamás en la Argentina. Fueron 36 las víctimas inocentes, entre ellas varios niños. Todos fueron apuñalados y degollados.

Poco más adelante, la treintena de fanáticos se cruzó con unos vascos que corrieron la misma suerte que el italiano Imberti . También mataron a un grupo de ingleses. De allí se dirigieron a campos y caseríos cercanos, donde continuaron con la matanza. Unos kilómetros más adelante, entraron en el almacén de ramos generales del vasco Juan Chapar, donde mataron a toda la familia, entre ellas una nena de cinco años y un bebé de meses, la servidumbre y los pasajeros que se hospedaban allí y que eran extranjeros. En el almacén de Chapar se contaron 17 víctimas fatales.

Los vecinos de Tandil, esa mañana, se despertaron muy temprano y aterrados. De inmediato, una comisión militar, policial y de vecinos salió en búsqueda de los asesinos, dándole alcance. El enfrentamiento terminó con una docena de gauchos muertos, entre ellos El Adivino Pérez, y otros tantos fueron detenidos. Algunos lograron escapar. Para entonces, otra partida había ido a la Estancia La Argentina y habían capturado a Tata Dios, quien siempre juró ser inocente de los trágicos sucesos.

Lo mataron de un tiro en el calabozo

Cuatro días después de la masacre, Gerónimo de Solané fue asesinado a balazos cuando se encontraba en los calabozos del Juzgado de Paz. Se dijo que le dispararon a través de la única mirilla que tenía la celda. Ese crimen nunca se esclareció, pese a que a esa hora en el edificio se encontraban los funcionarios más importantes de la ciudad. Aún se conserva el poncho agujereado.

El juicio a los responsables se realizó en el mes de septiembre. Tres de ellos, Cruz Gutiérrez, Juan Villalba y Esteban Lasarte, fueron condenados a muerte. Dos fueron fusilados y el tercero (Villalba) murió en el calabozo antes de ser llevado a la plaza de la ejecución. A los capturados se los denominaba Los Apóstoles de Tata Dios.

La masacre de Tata Dios conmocionó al país. Es más, trascendieron detalles, que nunca fueron probados, de un supuesto plan que incluiría ataques similares en ciudades como Azul, Tapalqué, Bolívar y Rauch, entre otras, donde había también seguidores del gaucho Solané, de quien sólo se recuerda que era un hombre de no más de 50 años, canoso, que usaba una larga barba blanca.

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