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La historia del superdonante de plasma argentino

Facundo Ahumada, personal de la fuerza aérea argentina, de 26 años, atravesó con relativamente pocos síntomas el Covid-19 y se transformó en un súperdador de plasma

De repente, uno de los pañuelos con los que venía cubriéndose la nariz y la boca para impedir que penetraran la tierra y la arena terminó convirtiéndose en un barbijo para evitar el ataque de coronavirus

“Aunque no funcionó, porque me parece que me contagié en el vuelo de retorno”, entiende Facundo Raúl de la Cruz Ahumada, civil de la Fuerza Aérea Argentina, nacido en San Fernando del Valle de Catamarca, soltero, de 1.85 metro, 95 kilos y 27 años, pero quien hoy, ante todo y para todos, es noticia por su condición de “súperdador” de plasma.

Así lo explica él: “Se debe a la cantidad de anticuerpos neutralizantes del Covid-19 que posee mi sangre. Según me comentaron los doctores, mi plasma contiene cuatro veces más de anticuerpos que el del común de los pacientes que donan”, cuenta, agregando un segundo dato sustancioso: “Ya se envió una muestra a la Universidad de Córdoba para que sea estudiada, a ver si puede servir para generar un producto inyectable capaz de ayudar a superar la enfermedad a las personas que no logran generar las defensas suficientes desde su propio sistema”.

–¿Y si el estudio funciona?
Contaríamos con un tratamiento a través del plasma.

Proceso

Cada donación a Ahumada dura casi una hora y media: “El proceso –detalla-, denominado aféresis, se realiza en cinco etapas. La meta es introducir nuestro plasma en quienes atraviesan la enfermedad, en especial los casos graves: estos anticuerpos son como soldados kamikaze que salen a combatir el virus y neutralizarlo, para que el paciente no empeore ni llegue a un estado crítico que requiera intubado con oxígeno y terapia intensiva. Es un tratamiento seguro y nada doloroso, salvo por el pinchazo inicial”.

Contagio

Su pasión por el rally (“Me lo despertó de chico mi abuelo, Julio César”) fue aquello que lo llevó a Europa a inicios de 2020. “Como nunca me pierdo una fecha mundial de la especialidad en mi país, esta vez planeé viajar al famoso Rally de Suecia (llamado el ‘rally blanco’ por su nieve), y de paso tomar mis vacaciones para seguir conociendo el Viejo Continente –relata en un monólogo–”.

“Llegué a España el 8 de febrero, pasé por Noruega, por Bélgica y de ahí, con unos amigos locales y en van, derecho a la carrera, ellos como aficionados y yo para cubrirla. Después salté a Finlandia, retorné a Bélgica, pasé por Holanda, y de nuevo a Madrid, donde ya había más de cuatro mil casos activos de coronavirus, pero aún sin cuarentena. El 9 de marzo tomé el avión de regreso. Hicimos escala de Londres, y partimos directo a Buenos Aires. Ahí, y pese a que tomé todas las precauciones del caso, siento que me contagié”, intuye.

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“El vuelo estaba repleto y noté a un montón de gente con tos y estornudos, como resfriados. Algo normal, claro, porque en Europa era invierno. Para colmo, al aterrizar, el Aeropuerto de Ezeiza era un caos. Nunca había visto el sector de Migraciones tan lleno, sin distanciamiento ni control… En mi opinión, fue la gran puerta de entrada del virus”, especula Ahumada.

–¿Cuándo y cómo se enteró de que se encontraba infectado?
–El 19 de marzo, luego de padecer fuertes dolores de cabeza en casa y de que me internaran dos días antes, con 38.6 grados de fiebre. Esperé los resultados del hisopado en la habitación. A las cuarenta y ocho horas, el Instituto Malbrán informó que se trataba del primer caso positivo del Hospital Militar porteño –al que llegué por mi obra social–, y del número 230 del país. También mencionaron que encontraron otros casos positivos derivados de mi vuelo.

–¿Cómo descubrieron su condición de “súperdador”?

–Durante mi internación, como me veían bien en lo físico y lo anímico, se acercó el hematólogo Miguel Buezas y me comentó sobre la donación de plasma y el proyecto de colaborar en la búsqueda de algo que contrarreste el virus. “Pensalo tranquilo”, me pidió. Automáticamente le respondí que cuando fuera el momento iba a colaborar, ya que ellos me acompañaron y salvaron de esta enfermedad.

“A mí me inspira el espíritu de asistir al semejante. Siempre me gustó ser solidario. Con mi familia y amigos solemos realizar travesías en camioneta (nos bautizamos Meta4x4), para conocer nuestro territorio y colaborar con colegios rurales de distintas provincias. Mi familia, mis padres y abuelos me enseñaron que siempre hay que intentar ayudar al prójimo. Lo mismo en el Colegio de Nuestra Señora, en Esmeralda 759, donde cursé el jardín, la primaria y la secundaria y aprendí tales valores”, enfatiza.

Fuente: Leo Ibáñez, Gente

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