“Me parece una regresión a la Guerra Fría y la guerra por la carrera de conquista del espacio”. La frase, expresada por el investigador del Conicet Víctor Romanowski, parece la definición más apropiada del momento que vive el mundo, en el que día a día, minuto a minuto, miles de vidas se pierden por la devastadora pandemia del Covid-19, mientras las potencias viven una batalla política, social, sanitaria y psicológica sin final a la vista.
Ni Steven Spielberg, el destacado cineasta estadounidense, hubiese imaginado un guión de ciencia ficción como la propia realidad nos entrega por estos tiempos. Ya parece lejano en el recuerdo, pero pasaron ocho meses del inicio de esta escalada, cuando se conoció en China el primer caso de coronavirus. Todo se lo adjudicó a un supuesto ciudadano chino que por consumir una sopa de murciélago contrajo el virus, desconocido y mortal.
En febrero de este año, cuando la pandemia tenía como centro del universo a la provincia china de Hubei, empezaron los cruces con artillería cargada de simbolismo: la disputa por el poder central entre los Estados Unidos y China. No tardó mucho en circular la versión que responsabilizó a los orientales por la “inyección” del virus en el ambiente, en un hipotético ensayo químico. La respuesta no se hizo esperar: China se defendió afirmando, a través de un vocero de la Cancillería, que el virus había sido llevado en octubre de 2019 por fuerzas de Estados Unidos que participaron en los juegos militares en Wuhan.
En el medio de esa batalla de reto político y sesgo psicológico, sobrevinieron los cientos de miles de casos de contagios y muertes, con Estados Unidos desafiando al virus y a la propia Organización Mundial de la Salud, mientras los chinos contragolpeaban haciendo aportes extras a la OMS en la lucha contra el virus, mientras un destacado periodista estadounidense alimentaba el fuego de las sospechas cruzadas: en The Washington Post (el diario del establishment político norteamericano), uno de sus principales editorialistas, Charles Lane, afirmó que esta crisis “nos ha enseñado los verdaderos costos de hacer negocios con China”.
Por si le faltaba un actor protagónico a la contienda por el liderazgo mundial, Rusia, otro país en el que el coronavirus hizo estragos, entró en escena. Fue el inicio de un nuevo capítulo de esta nueva Guerra Fría que nos presenta la geopolítica contemporánea, donde la vida o la muerte casi parece la excusa, pero en el que miles y miles de millones de dólares están en juego y el poder, es el gran botín. Es la carrera por la vacuna contra el covid-19, que hoy tuvo su primer gran golpe, con el anuncio en la madrugada argentina por parte del presidente ruso, Vladimir Putin, de la primera vacuna, presentación que fue tomada con cautela, reparos y críticas por parte del mundo occidental.
Desde la OMS se mostraron entusiasmados, pero cautos. Vale recordar que la organización de la salud se mantenía la expectativa respecto a seis pruebas en una fase avanzada de desarrollo: tres realizadas por laboratorios chinos, dos estadounidenses y uno de los británicos. Pero de manera sorpresiva, hoy llegó el anuncio ruso, cuando la ciencia tiene por cierto que solo estaba en fase final 3 la prueba de esa vacuna. ¿Fue un anuncio marketinero? ¿Fue para ganar la pulseada política? ¿Resulta ser la punta del iceberg del negocio?
La reacción inicial de la OMS corrió por cuenta de su vocero, Tarik Jasarevic. “Acelerar los progresos no debe significar poner en compromiso la seguridad”. La seguridad con que hizo el anuncio Putin lo llevó a confirmar que Rusia comenzará la producción industrial de la vacuna en septiembre. Hubo un dato más que barnizó este cuadro de situación: la vacuna fue bautizada “Sputnik V”, en honor al satélite artificial lanzado al espacio en 1957 por la Unión Soviética, el primero en la historia, justamente en medio de la denominada Guerra Fría. Los analistas internacionales han tomado como un mensaje político esa nominación. ¿Habrá esta vez un teléfono rojo?