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martes, abril 30, 2024
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Las monjas poseídas de Loudun: exorcismos públicos y un párroco quemado vivo

Los hechos ocurrieron en el 1600 en una próspera ciudad francesa y fueron estudiados durante años por historiadores, teólogos y psicólogos

Las monjas poseídas de Loudun. Una crónica intrigante y sombría por donde se la mire. Un episodio que se desarrolló en el siglo XVII, pero que por sus características continúa siendo estudiado aún en la actualidad. Lleno de condimentos que abarcan desde la fe religiosa hasta la rosca política y posibles afecciones psicológicas. Para comprender completamente, es necesario sumergirse en el contexto histórico, las personalidades involucradas y analizar las teorías que intentan explicar lo inexplicable.

En el apogeo de la Contrarreforma católica, Loudun era una próspera ciudad en la región de Poitou, en Francia. Contaba con una población profundamente arraigada en la fe y la tradición. Y allí, en el corazón de la ciudad, se encontraba el convento de Ursulinas, un lugar de retiro espiritual para mujeres dedicadas a la vida religiosa. Este convento se convertiría en el escenario de un evento que conmocionaría a toda la comunidad: las monjas comenzaron a manifestar síntomas extraños y perturbadores que fueron interpretados como señales de posesión demoníaca.

Previo a este tumulto social y espiritual, es que surge la figura del padre Urbain Grandier, un sacerdote carismático y controvertido que ejercía su ministerio en la parroquia de San Pedro en Loudun. Grandier, conocido por su elocuencia y su estilo de vida mundano, era un personaje polémico para la época que había cosechado admiradores y detractores en la comunidad local. Su posición desafiante respecto a la autoridad eclesiástica y su participación en disputas políticas lo habían convertido en un objetivo para aquellos que deseaban verlo caer.

A sus veintitantos años, Grandier llegó a Loudun. En ese entonces, el convento Ursulinas se encontraba bajo la dirección de la madre superiora, Juana de los Ángeles, una joven nacida en una familia de la baja nobleza, que había padecido una enfermedad que la dejó encorvada y de talla diminuta.

La madre Juana sintió inmediatamente el flechazo al ver al párroco, quien fue descripto como un hombre muy atractivo y carismático, que daba unos sermones que dejaban extasiadas a las damas de la ciudad.

Urbain Grandier

En un intento por acercarse más a él, la religiosa le pidió que fuera su director espiritual y el confesor de las diecisiete jóvenes monjas ursulinas de la comunidad. Urbain Grandier rechazó el ofrecimiento. En cambio, el puesto de confesor del convento fue tomado por el canónigo Mignon, confeso enemigo de Grandier.

Para 1631 varias de las hermanas relataron visiones pecaminosas de espíritus malignos (posiblemente inducidas por el confesor Mignon), sufrieron temblores inexplicables y se negaron a comulgar. Ante estos fenómenos fantasmagóricos, o histéricos, Mignon vio una excelente oportunidad para vengarse de Grandier.

Mignon llamó a otro párroco, para que dictaminara que las jóvenes monjas estaban poseídas. Tras el veredicto de posesión diabólica, Mignon y otros curas de la localidad, comenzaron los exorcismos, durante los cuales las monjas empezaron a blasfemar, a sufrir convulsiones. Se retorcían e incitaban sexualmente a los exorcistas, babeaban y echaban espuma por la boca, gritaban y contaban sueños eróticos y obscenos.

La madre superiora, Juana de los Ángeles, relató a los exorcistas, cómo cada noche dos demonios, Asmodeo y Zabulón, tomaban posesión de su cuerpo.

A medida que las manifestaciones de las monjas poseídas se intensificaban, las sospechas recaían cada vez más en Grandier. Se rumoreaba que había utilizado su influencia y sus supuestos poderes ocultos para seducir y corromper a las inocentes hermanas, induciendo así las posesiones demoníacas que las afligían. Las acusaciones de brujería y hechicería comenzaron a circular, alimentando el fuego de la paranoia y la histeria colectiva que se apoderó de Loudun.

Un testimonio recogido por National Geographic cuenta cómo la madre Juana «comenzó a hacer violentos movimientos y a lanzar unos gritos como los de un cochinillo […] Rechinaron sus dientes […] El canónigo Mignon le metió el índice y el pulgar en la boca y realizó los exorcismos y conjuros en presencia nuestra». En una sesión Mignon logró expulsar del cuerpo de Juana al demonio Asmodeo, pero la superiora aseguraba que estaba poseída por otros seis, cada uno también con su nombre –Zabulón, Isacaaron, Leviatán, Balaam, Behemoth…–, por lo que las sesiones continuaron. En una de ellas, Juana reveló que fue Urbain Grandier quien había embrujado a las religiosas enviándoles un ramo de rosas en el que se contenía su «pacto» con el diablo. Los enemigos de Grandier ya tenían lo que buscaban: una acusación testimonial que podía llevar al párroco directamente a la hoguera.

Textos de la época

Ante las amenazas que se cercaban sobre él, Grandier recurrió al arzobispo de Burdeos, amigo suyo, y consiguió detener los exorcismos a mediados de marzo de 1663, y mando a encerrar a las hermanas . Pero los supuestos hechos de posesión satánica o demoníaca continuaban.

El caso de las monjas poseídas de Loudun ya había captado la atención de figuras prominentes en la jerarquía eclesiástica, incluido el poderoso cardenal Richelieu, primer ministro del rey Luis XIII de Francia. 

Richelieu, conocido por su astucia política y su determinación para erradicar cualquier amenaza contra el orden establecido, vio en este escándalo una oportunidad para reafirmar la autoridad de la Iglesia y aplastar a cualquier disidente que desafiara su dominio. Fue así que a pesar de la falta de pruebas concretas en contra de Grandier, reabrió la causa y llamó a un juicio sumario, que no estuvo exento de irregularidades y manipulaciones.

El juicio de Grandier ocurrió en julio de 1634, fue un espectáculo público que atrajo a multitudes deseosas de presenciar la caída del supuesto brujo. Las monjas poseídas testificaron en su contra, describiendo en detalle los supuestos pactos demoníacos y las ceremonias satánicas en las que participó. A pesar de los esfuerzos de su defensa por desacreditar a los testigos y cuestionar la validez de las pruebas presentadas en su contra, la condena ya estaba puesta desde el principio. Grandier fue declarado culpable y condenado a muerte por la Inquisición.

«Declaro solemnemente que nunca fui hechicero, ni cometí sacrilegio ni conocí otra magia que la de la Biblia», continuaba diciendo el condenado párroco. Fue sometido a inhumanas torturas hasta que confesara. Pero ni siquiera en esos procedimientos, en los que le hicieron pedazos las piernas, lograron quebrarlo. 

Un 18 de agosto, de 1634, le pusieron una camisa impregnada de azufre y lo llevaron a la plaza del mercado de Loudun, abarrotada de público. Atado al poste, le prometieron estrangularlo primero si confesaba, pero, nuevamente, se negó. Fue quemado vivo, una de las peores formas de morir. Y mientras las llamas lo consumían dio su último discurso. «Dios mío, tened piedad de mí. Dios, perdonadlos, Señor, ¡perdonad a mis enemigos!».

La ejecución de Grandier

Pero, lo que todos se preguntarán: ¿qué pasó con las posesiones?, ¿muerto el perro, se acabó la rabia? En contra de lo esperado, tras la muerte del supuesto hechicero las posesiones en el convento de Ursulinas de Loudun se intensificaron, y con ellas las sesiones de exorcismos, que siguieron atrayendo a un numeroso público. Juana de los Ángeles, la principal protagonista. En 1635 aseguró que el demonio Balaam, antes de marcharse derrotado, le dejó escritos de forma indeleble, en su mano izquierda, los nombres de Jesús, María, José y Francisco de Sales. Poco después enfermó de gravedad y se creyó que iba morir, pero se recuperó «milagrosamente» gracias, segun sus palabras, al óleo que san José había derramado sobre ella y que quedó marcado en su camisa.

La hermana adquirió fama en toda Francia, hasta el punto de que emprendió una gira internacional y fue recibida por la reina Ana de Austria. En 1642 escribió una Autobiografía en la que narraba sus vivencias entre 1633 y 1642. Finalmente, en 1665, falleció a causa de una hemiplejía.

A lo largo de los siglos, estos episodios han sido estudiados por diversos historiadores, psicólogos y aficionados del ocultismo. Se han propuesto diversas teorías para explicar las misteriosas posesiones que afligieron a las monjas de Ursulinas. 

La hipótesis más racional y aceptada sugiere que en realidad los demonios nunca existieron y que las hermanas podrían haber sido víctimas de una especie de histeria colectiva, inducida por el estrés, la opresión religiosa y el confinamiento claustrofóbico, avivadas por el fanatismo de la época.

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